‘Writing on the city’, el derecho a la ciudad de Keywan Karimi


La
semana pasada se celebró en Pamplona la décima
edición del festival de cine documental Punto de Vista
. El
festival, desde su nombre –en claro guiño a Jean Vigo y a su concepción del
cine como herramienta que nos revela un lado oculto más allá de las
apariencias– se ofrece como invitación al espectador a cuestionar nuestra realidad más inmediata.

Durante
sus diez años de historia se ha presentado no sólo como un espacio de
proyección de nuevas películas documentales o como plataforma de nuevos
talentos en el campo audiovisual sino que muchas de sus proyecciones han sido
un claro guiño al cine como espacio que busca incomodar y remover conciencias.

Así,
en esta edición han convivido las proyecciones deLa Région Centralede Michael Snow oLa academia de las musasde José Luis Guerín con los cortos de
siete adolescentes sirias que viven desplazadas en un campo de refugiados.

También
se han abierto espacios
para el debate 
al
final de las películas, al gusto del vídeofórum del Tercer Cine, y de la
mano de las clases magistrales o retrospectivas de memoria audiovisual.
Pamplona se ha convertido durante una semana en un espacio desde el que acceder a otros mundos y a esos otros puntos de vista.

Entre
las películas que buscan, en palabras de su director, “cambiar el
mundo”, encontramos Writing
on the City 
de
Keywan Karimi. Dentro de esta lógica, Punto de Vista fue el lugar elegido
por su director para presentar su último trabajo y primer mediometraje.

La
película ya había alcanzado fama mundial antes de su estreno. El gobierno
iraní, amparado en la ley islámica, había condenado a Karimi,después de un
largo juicio de dos años, a 223
latigazos y seis años de prisión
.

Pese
a que no era la primera vez que el director pisaba la cárcel –ya había sido
detenido aunque puesto a los pocos días en libertad cuando se estrenaron sus
primeros cortometrajes (The Children of Depth Broken
Border
)– lo desproporcionado de la sentencia le sorprendió hasta a
él mismo.

Cuenta que, por lo absurdo, se rió cuando
se lo comunicaron pero que pese a la seriedad de la pena, se niega a irse de su
país y actualmente se encuentra recurriendo la sentencia.

¿Qué
hay en estos 60 minutos de película que resulta
tan peligroso 
para
el régimen iraní? En principio, todo apunta a que nada. El documental se
presenta como un viaje
por la historia del grafiti en Teherán 
desde
la Revolución de 1979 que desencadenó la caída del Shá hasta la Revolución
Verde de 2008.

Sirviéndose
a partes iguales de material de archivo y material rodado por Karimi, parece
que lo único que hace el director es mostrar
lo que está a la vista de todos, 
escrito en los muros de las
calles.

Sin
embargo, ese propio acto de escritura, de pintura en el espacio público se
plantea en Karimi como una toma de posición y de posesión; los muros, dentro de
la lógica del festival, nos invitan a leer
más allá de las apariencias
.

Desde convertirse en periódicos improvisados
durante la Revolución para luchar contra la censura del Shá, a murales
obscenamente inmensos que muestran las caras de los mártires de la guerra
Irán-Irak, a alzarse como vitrinas que anuncian bienes de consumo a la vez que
atacan a su enemigo capitalista americano, los muros de Teherán nos recuerdan
los conflictos de poder, quién lo ha ostentado y qué mensaje se esconde en sus
trazos.

Por eso no resulta sorprendente que una de
las primeras medidas que llevara a cabo Jomeini fuera el blanqueamiento de las
paredes tras su llegada al poder, en un intento de borrar la historia y
convertirse en la única cabeza de una Revolución popular que terminó convertida
en la dictadura de un estado islámico.

Aunque
no resulta necesario viajar a Irán para comprobar la importancia de la
escritura de los espacios públicos como recordatorio
constante de quién tiene el poder
. En Madrid, el callejero
todavía nos remite a calles como la de José Antonio, la de los Caídos de la
División Azul o a la plaza del Generalísimo. El que nombra crea una realidad
que queda disfrazada de historia oficial si no leemos más allá de las
apariencias.

Karimi, que se ha alineado con Lefebvre y
los situacionistas desde el mismo título de su película, nos recuerda, con
ello, lo fundamental del “derecho a la ciudad”. No como espacio
físico sino como lugar en el que poder inscribirse y que poder habitar.

Son palabras de Lefebvre, también, las que
cierran el film cuando la imagen ya se ha fundido a negro: “la ciudad se
escribe en sus paredes pero el texto nunca se completa”.

Los muros funcionan como palimpsesto de las
pasadas generaciones y las que están por venir, las paredes nos hablan si
sabemos escuchar.

* Fuente
original de la noticia
.