México. Enrique Ortiz recibió el Premio Nacional de Arquitectura


El viernes 23 de octubre de 2015, en el Palacio de Minería en el Centro de la Ciudad de México, nuestro compañero Enrique Ortíz Flores recibió el Premio Nacional de Arquitectura 2014. A continuación compartimos algunas de palabras enunciadas durante el evento.

A manera de introducción, Georgina Sandoval realizó un recorrido por la trayectoria personal y profesional de Enrique, a quien describe como “constructor de sueños largamente acariciados; promotor de métodos participativos y de tecnologías en manos de muchos (…) arquitecto con perspectiva social e intenciones de futuro”.

El propio Enrique, más adelante, amplia y
clarifica lo que para él significa hablar de futuro: “Desde lugares y
ámbitos sociales y culturales muy diversos, se multiplican las voces y las
experiencias que apuntan hacia un profundo cambio civilizatorio que reposicione
al ser humano, en armonía con la naturaleza, al centro de nuestro quehacer y de
nuestra ética”.

Si bien sus palabrasemergendel reconocimiento recibido, las reflexiones de Enrique Ortiz trascienden lafunción social de la arquitectura. Propone repensar por completo nuestra manera de habitar y relacionarnos tanto entre seres humanos como con la naturaleza. Para ello, señalaindispensable luchar por una toma de conciencia que nos permita descolocar al dinero como núcleo de aspiraciones y crecimiento. También enfatizaque la labor que viene realizando hace más de 50 años, por asumirnos responsables del cuidado de nuestro lugar común, es compartida con muchas otras personas, organizaciones, comunidades y pueblos indígenas de América.

Desde la oficina regional para América Latina de la Coalición Internacional para el Hábitat (HIC-AL), agradecemos y nos sumamos a las felicitaciones recibidas, extendiendo este reconocimiento hacia todas y todos los miembros, amig@s y aliad@s de la Coalición. Es precisamente con ellos con quienes es posible caminar hacia otros horizontes: “No basta pues con levantar protestas, ni siquiera con formular propuestas, es necesario ensayar nuevos caminos y empujar con fuerza y convicción los cambios que les den viabilidad y escala”.

Enrique Ortiz, Arquitecto

Por Georgina Sandoval

Se forma como arquitecto en nuestra máxima
casa de estudios, egresa con mención honorífica; así pertenece a la generación
de los años 60, aquella que es parte de un contexto de fuertes transformaciones
sociales, políticas y económicas que lo llevaron, en el ámbito nacional e
internacional, a una visión y compromiso social sobre los temas de vivienda,
poblamiento y cooperación que ha mantenido toda su vida, con lo que conoce y
reconoce los distintos fenómenos de las periferias urbanas. Gracias a ello,
obtiene el título de Doctor Honoris Causa otorgado por la Universidad Autónoma
de Tamaulipas.

Inicia su tesis buscando, busca, camina y
encuentra un sendero de servicio en las zonas más pobres del país: Oaxaca y
Chiapas. Al término de su trabajo de tesis era obligado el viaje al sur en
donde inicia otros caminos que le permitirá encontrarse a sí mismo.

Encuentra caracoles en la selva lacandona,
acaso las formas que siempre seguirán abriéndose, desarrollándose, como las
espirales geométricas; encuentra comunidades de raíces profundas que le
comparten saberes; encuentra a otros/ otras, a lo largo de todas las sendas de
América Latina, tienen miradas de disciplinas diversas con quienes ha sumado
esfuerzos todos estos años.

Un día después de su titulación ingresa a
COPEVI —Centro Operacional de Vivienda y Poblamiento— con ello, dice él mismo,
empezó a dejar de hacer lo que se espera de un arquitecto.

Enrique Ortiz habla con modestia de sus
experiencias formales y significativas: El diseño de la cooperativa Palo Alto,
proyecto ejecutado hace casi 50 años, un caso paradigmático en la lucha popular
que ha evitado su exclusión. Las diversas experiencias gestadas en COPEVI le
llevan a ser funcionario de la SAHOP, desde este lugar y con otros, siendo
subdirector de vivienda crean el primer Programa Nacional de Vivienda del país
que genera instrumentos, entre otros la creación del Fondo Nacional de las
Habitaciones Populares, FONHAPO, organismo del que pronto fue director y del
que obtendrá una visión llena de experiencias nacionales ejecutadas por la
propia población organizada de bajos ingresos que trabajan para resolver sus
problemas de vivienda a través de acciones participativas. Enrique Ortiz no es
solo, se encuentra con otros, con sus pares mexicanos, latinoamericanos e internacionales
que le proponen para la Secretaría Ejecutiva de la Coalición Internacional para
el Hábitat (HIC), para posteriormente asumir la presidencia. Desde éste
organismo internacional se han dado las batallas mundiales, regionales y de
país para la promoción de vivienda con una perspectiva de Derechos Humanos, es
el momento de irrupción del Derecho Humano a una Vivienda Adecuada, que hoy es
parte de la legislación internacional, de los acuerdos del estado mexicano con
las Naciones Unidas y referente de la legislación habitacional en México.

Compartir momentos con Enrique Ortiz,
siempre será un aprendizaje de visión y actitud. La visión y la energía puesta
en la búsqueda de la transformación social; la actitud y las ganas puestas en
el encontrar vías y respuestas para modificar lo que no es justo, para crear
soluciones.

En todo momento hará el esfuerzo por
mostrar las contradicciones de ésta realidad no justa, cuando lo hace no solo
trasmite ideas, también muestra la senda e identifica horizontes. Entonces se
convierte en maestro; el maestro que tiene la generosidad de compartir lo que
sabe (sino, no se puede ser maestro).

Llegar a este clímax no solo le ha
requerido de su propio andar y hacer camino. Necesitó un trabajo de observación
aguda, requirió de ordenar el pensamiento y las reflexiones, base de cualquier
capacidad analítica. Aunque decir “cualquier” se escribe fácil, se lee fácil,
pero de esos personajes y esa cualidad no hay muchos.

Es así que se hace explícito el sentido
común, del cual tiene en abundancia y le permite identificar las
argumentaciones sociales y políticas desde distintas visiones, no solo para
reconocerles sino para convertirles en argumento de debate, discusión y
propuesta.

De él, dice Roberto Eibenschultz, que la
cualidad más admirada “es su capacidad de referirse a los temas más profundos
con las palabras más sencillas, con lo que logra trasmitir, no solo información
y conocimientos valiosos sino sentimientos, convicciones filosóficas y
posicionamientos políticos de congruencia y claridad, en un momento en que los
valores sociales pierden presencia y nos enfrentamos a un modelo centrado en la
competencia y la individualidad”.

Toda ésta actitud le viene de ser viajero,
de tener una naturaleza de “ir por el mundo”; dicen que para ser arquitecto hay
que estar dispuesto a viajar. Eso requiere dejar “en reposo” lo tuyo,
trasladarte, reconocer otros escenarios con lo que los sentidos se ponen
atentos, la observación se pone aguda; el tacto se alerta; el olfato se vuelve
consciente; el gusto se da gusto y; el oído se pone respetuoso pero también
reconoce a los actores, sus prácticas, sus experiencias.

El gusto de ir de un lugar a otro, lo
convierte en un trasmisor de experiencias, escucha aquí, exalta acá. Lo
cotidiano adquiere otra dimensión; la lucha por la sobrevivencia comienza a ser
una sumatoria de colectivos que se reconocen a sí mismos a través de él. Logra
potenciar las prácticas aisladas y heroicas que realizan las comunidades.

Seguro, le conocimos cuando ya iba recogiendo historias, contando historias de gente de todo el mundo que construyen viviendas, que hacen barrios y desarrollan ciudades. Cuando habla de “la otra arquitectura” ésta haciendo teoría y critica. Trabaja con los componentes de la investigación, la historia, la teoría, la crítica, aunque nunca se ha definido como investigador ha sido capaz de ordenar estas experiencias para gestar el concepto de la producción social de la vivienda y el hábitat, que hoy día está contenido en la legislación habitacional del país y es base de la definición de algunas políticas públicas. Él no es académico pero sus ideas han formado escuela. No deja de hacer caminos, hoy enarbola el Derecho a la Ciudad como concepto prometedor.

El Arquitecto Enrique Ortiz, generador de
ideas que diseñan formas de vida constatadas por historias; constructor de
sueños largamente acariciados; promotor de métodos participativos y de
tecnologías en manos de muchos. Todo esto hace de él un arquitecto con
perspectiva social e intenciones de futuro.


Palabras de Enrique Ortiz
al recibir el Premio Nacional de Arquitectura

Ante todo quiero expresar mi reconocimiento
y gratitud a la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México y a quienes,
desde diversas organizaciones gremiales, propusieron y apoyaron mi candidatura
al Premio Nacional de Arquitectura.

Ser honrado con este prestigiado
reconocimiento, tiene para mí un profundo significado y estimula mi compromiso
para seguir adelante.

Otorgar el Premio Nacional de Arquitectura
a alguien que no hace lo que corrientemente se espera de un arquitecto, es sin
duda un acto de valentía. Algunos pensarán que es un despropósito y otros,
menos solemnes, que es una manifestación más de la vigencia del surrealismo
mexicano.

No lo es ciertamente para quienes por
décadas venimos luchando por abrir cauces viables a la función social de la arquitectura
y nuevos rumbos al quehacer del arquitecto y de otras disciplinas con las que
interactuamos en apoyo de las necesidades sociales más apremiantes y de los
procesos encaminados a superarlas.

Es desde esta perspectiva que recibo este
premio, siendo consciente de que no es un logro meramente personal sino de una
labor que vengo realizando con muchas otras personas y organizaciones con las
que he tenido la fortuna de compartir convicciones y experiencias, tanto en las
organizaciones civiles y el gobierno como en la Coalición Internacional para el
Hábitat.

Con reconocimiento a su compromiso y
trabajo incansable, lo comparto, muy especialmente con los compañeros de las
organizaciones sociales que enriquecen día con día nuestro andar, haciendo
convergentes nuestros planteamientos con sus luchas y con quienes, desde sus
carencias, han sido capaces de asumir con decisión y compromiso el reto de
construir un mundo para todos.

Esta ya larga experiencia y muy diversas
expresiones que veo multiplicarse en todos los rincones del planeta, me hacen
ver que algo muy profundo está surgiendo en la conciencia de muchos hombres y
mujeres. Algo que va mucho más allá de cuestionar el mundo que venimos
construyendo y que no es el que deseamos heredar a nuestros hijos y a nuestros
pequeños nietos, llenos aún de alegría, de creatividad y de esperanza.

Un mundo que en aras de la modernidad, el
desarrollo y el progreso ha colocado al dinero en el núcleo de sus aspiraciones
y al crecimiento, la acumulación, la competencia y el consumismo, sin límites,
como sustento fundamental de su estrategia.

Que, como consecuencia de ello, está
depredando la naturaleza, generando mayor desigualdad y pobreza, violencia y
destrucción, poniendo en cuestión la viabilidad de su propio proyecto y de la
vida misma en el planeta.

Desde lugares y ámbitos sociales y
culturales muy diversos, se multiplican las voces y las experiencias que
apuntan hacia un profundo cambio civilizatorio que reposicione al ser humano,
en armonía con la naturaleza, al centro de nuestro quehacer y de nuestra ética.

Planteamientos que apuestan por el rescate
de valores como la solidaridad, la empatía, el amor, la compasión, la
gratuidad, la voluntad de compartir, el respeto a la vida y a nuestras
diferencias; como cimiento de una nueva civilización capaz de construir
condiciones de igualdad, sustentabilidad y vida plena.

Destaco al respecto la afortunada
coincidencia de compartir esta ceremonia con el Dr. Rodolfo Neri Vela, lo cual
tiene para mí un profundo valor simbólico.

Hace varios siglos que gracias a la ciencia
supimos que no éramos el centro del universo, pero aún nos cuesta trabajo
comprender que no somos los dueños de la tierra y mucho menos que, por ser la
única especie consciente que la habita, somos, sí, responsables de cuidarla y
mantenerla viva. Que es nuestra nave común y la única posible en la inmensidad
del universo donde realizar a plenitud nuestra vida.

Los aún hoy despreciados pueblos indígenas
de nuestra América, lo han tenido siempre muy claro. En muchas de sus
ceremonias, después de danzar de frente hacia los cuatro puntos cardinales,
dirigen su mirada y elevan sus brazos hacia el cosmos, para después hincarse y
besar la madre tierra.

Tierra que hemos convertido en mercancía
apropiable y disputable, al igual que lo hacemos crecientemente ya con el
conjunto de los bienes comunes que hacen posible la vida en el planeta.

Entender que somos parte del cosmos y
responsables de nuestro lugar común, debiera llevarnos a repensarlo todo, a
construir una sociedad planetaria y armónica, sustentada en la enorme riqueza
de nuestras diferencias y en el respeto a los ritmos de la naturaleza.

La lucha por una toma universal de
conciencia que nos permita avanzar en esta dirección, constituye el verdadero
sentido del progreso humano.

No basta pues con levantar protestas, ni
siquiera con formular propuestas, es necesario ensayar nuevos caminos y empujar
con fuerza y convicción los cambios que les den viabilidad y escala.

Es dentro de estos planteamientos y en el
limitado campo del hábitat humano, donde ubico el compromiso y el quehacer
cotidiano que comparto con muchos de los presentes en esta ceremonia y en
muchos otros rincones del planeta.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar
algunos sentimientos y recuerdos íntimos que este momento y este lugar traen a
mi memoria.

Son recuerdos de mi infancia cuando junto
con mi madre acercábamos a mi padre a las puertas de este edificio donde fue
profesor de muchas generaciones de ingenieros de minas y metalurgistas.

A veces bajaba del coche con él para que me
hablara de los meteoritos que aún anteceden la entrada a este patio. Él mismo
había sido estudiante de ingeniería minera en este recinto en tiempos en que se
fundara la Universidad Nacional de México. Su título está firmado por Justo
Sierra pocas semanas antes de dejar la rectoría a inicios de la Revolución.

La entrega de estos reconocimientos por el
Doctor José Narro Robles, a pocas semanas también de llegar al término de su
gestión, evoca en mí esos recuerdos y me impulsa a seguir persiguiendo los
sueños de futuro que, desde la base consciente y responsable de nuestra
sociedad global, se vienen concretando en millones de pequeñas experiencias
transformadoras. Experiencias que aún debemos vincular, visibilizar,
multiplicar y hacer que se comprendan y se apoyen para que podamos avanzar en
paz y con paso firme en la construcción de ese otro mundo que hoy visualizamos
ya como posible.

Enrique
Ortiz Flores

Palacio
de Minería

23
de octubre de 2015.

Fotografías:Rosa-Luxemburg-Stiftung.