Sufrimiento y habitabilidad

La tierra como territorio es el lugar de la 
dominación,
la tierra como hábitat es el suelo de la
vida.

R. Sánchez Ferlosio

Calle inundada en Huachipa, Perú. Guadalupe Pardo (Reuters)

Alrededor
de un centenar de muertos en Perú y más de 200 en Colombia, ademá
s de ingentes daños
materiales aún sin evaluar, es el balance de las inundaciones por las intensas
lluvias producidas en estos países durante el pasado mes de abril. Estos sucesos
traen de nuevo a la actualidad la necesidad de reflexionar sobre el carácter
evitable de gran parte de los efectos trágicos de los desastres naturales sobre
la vida de tanta gente con precarios recursos que, al ocupar emplazamientos
vulnerables y poco adecuados, ponen en riesgo su salud y su propia vida

Felipe
Colavidas es arquitecto, profesor de Urbanismo de la Escuela de Arquitectura de
Madrid (ETSAM-UPM) e introductor en esta institución, hace má
s de dos décadas
y a trav
és
de la asignatura
Habitabilidad básica, de la cooperación al desarrollo en
asentamientos humanos como parte del curriculum formativo del arquitecto.
Isabel Bravo es arquitecta y doctoranda del Programa de Arquitectura de la
Universidad de Alcalá (Madrid), y redacta su tesis doctoral sobre políticas de
refugiados en materia de habitabilidad. En el siguiente artículo reivindican,
con el enunciado de la teoría de la habitabilidad elaborada por el profesor
Colavidas, un ordenado y sistemático proceso de edificación que tiene como paso
decisivo la elección adecuada del sitio.

El
dolor y la muerte causados por los desastres naturales que destruyen las
estructuras vulnerables de
habitabilidad de
sus pobladores sorprenden de forma recurrente en todos los territorios del
mundo. Hace solo unas semanas, las intensas lluvias produjeron en Mocoa, al sur
de Colombia, el desborde de los tres ríos locales y la consecuente avalancha de
barro, piedras y agua sobre varios barrios de la ciudad. Nuevas inundaciones afectaron
unos días después al municipio de Manizales. Por su parte, en Perú, a
principios de abril, numerosas ciudades y poblaciones de la costa (desde Lima
hasta Tumbes, y especialmente en Piura) también habían sido objeto de dramáticas
inundaciones. Por ahora, la cifra de fallecidos en los barrios de Mocoa y
Manizales superan los 250, y son más del centenar los fallecidos en Perú. Las pérdidas
materiales, que aún no están valoradas, no harán sino incrementar a lo largo
del tiempo el inconmensurable dolor directo que ya se ha constatado hasta el
momento.

Estos
desastres, con sus elevadas cifras de muertos y destrucción, ocurren en todos
los lugares, pero lo hacen con mayor frecuencia y con consecuencias
negativas más contundentes en los países pobres
que en los países con mayores índices de desarrollo económico y humano.

En el
mejor de los casos, esta diferencia en el reparto del dolor entraña el reto
humano de lograr una mayor igualdad y justicia universal frente al hacer,
azaroso y sin proyecto, de la naturaleza. En el peor, generará otro nuevo nicho
ideológico en el que reiterar la expansió
n del
resentimiento populista, centrado siempre en rentabilizar políticamente el
enfrentamiento grupal y de clase en lugar de impulsar la cooperación universal
posible; lo único que históricamente ha funcionado.

Estas
líneas reivindican la esperanza, fundada en datos objetivos, de que la implantación
racional y económicamente eficiente de las disciplinas de la habitabilidad y de
sus consecuentes aplicaciones tecnológicas reduzcan sustantivamente el
sufrimiento humano. Se trata pues de defender la instauración de la
habitabilidad como una categoría científica de enfoque unitario y sistemático a
través de la ordenación del territorio, el urbanismo, la arquitectura y las ingenierías,
con objeto de llegar a universalizar las estructuras físicas estables de
habitabilidad y, prioritariamente, las
de habitabilidad bá
sica
(HaB).

Tras las inundaciones de
Mocoa, la directora del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (SINCHI),
dedicado a la investigación científica en temas ambientales, manifestó que
aunque estas situaciones climáticas nunca son previsibles, sí se viene haciendo
mal algo que puede preverse: construir viviendas en zonas inundables. Este es
el ámbito de reflexión en el que estas líneas quieren incidir.

Quizá, la habitabilidad
precaria
(HaP) sea en el presente el primer problema material al que se enfrenta
la humanidad. Lo es, desde luego, por el número de personas a las que afecta:
se estima que en torno a un 35% de la humanidad no ha alcanzado el nivel de
cobijo ni de satisfacción básica en la materia. De lo que no hay duda es de que
la HaP es el problema prioritario del sector de la construcción mundial en su
conjunto y de las múltiples disciplinas que lo integran. En consecuencia, estamos convencidos de que satisfacer, en lo posible, la HaB a escala mundial, de una manera
ordenada y realista, está entre las intervenciones humanas que más sufrimiento
podría ahorrar.

De las tres necesidades
materiales clásicas, cuya satisfacción ha sido considerada históricamente más
urgente y condición sine qua non para la salida de la pobreza, la del
vestido está ya mundialmente superada, y la alimentación bien podría ver completada
también su satisfacción universal en un tiempo inmediato. La solución del cobijo, sin
embargo, resulta sumamente difícil de realizar, dada la complicación social,
económica y técnica que su ejecución conlleva. Mucho más aún en cuanto demanda
ambiciosa, pero clave para el desarrollo humano, de habitabilidad global
que se ha acabado por aceptar como más sistemática, extensiva y compleja que el
mero cobijo residencial.

Y es que, por una parte,
la habitabilidad no debe restringirse a la vivienda, sino también, y
principalmente, a sus contextos urbano y territorial: en primer lugar, al sitio
donde se ubica, sea cual sea el lugar de poblamiento, y a las múltiples
conexiones que le permiten formar parte integrante de su sistema territorial de
asentamiento. Se refiere, además, a la definición del espacio público urbanizado
con sus infraestructuras de calles, agua, saneamiento, energía… Por otra parte,
la habitabilidad se extiende no solo a la función de residencia, sino
también a la de producción: no únicamente al estar humano, sino también
a su hacer activo, a las formas inveteradas y nuevas que tenemos de
ganarnos la vida. Esa ha sido desde la prehistoria la doble función
prioritaria, producción y residencia, que ha tenido que satisfacer siempre la habitabilidad
humana. Así ha sido, sucesivamente, en los asentamientos eventuales de los
cazadores-recolectores, en los rurales impulsados por la agricultura y en los
distintos tipos históricos de ciudades.

En tal sentido, la habitabilidad
viene a coincidir y representar, mejor de lo que pudiera hacerlo ninguna
otra categoría, lo que el premio Nobel de Economía (1998) Amartya Sen, en su
libro Desarrollo y libertad, considera la clave del progreso humano: “la
posibilidad de que la gente pueda intentar llevar el tipo de vida que quiere”.
La habitabilidad es, ciertamente, en cuanto conjunto de estructuras físicas
de residencia y producción necesarias al vivir humano, ya sea como condiciones
de hecho o como proyecto de futuro, la forma operativa en que la gente se
representa y proyecta el tipo de vida real que lleva y el que desea y se ve
capaz de alcanzar.

Todo
lo anterior nos predispone a considerar crucial y determinante para la
disminución del sufrimiento evitable y, en consecuencia, el aumento del
bienestar humano, la constitución de la
habitabilidad como una categoría
disciplinar aut
ónoma clave dentro de la categoría
cientí
fica, de uso común en las disciplinas
sociales, denominada “condiciones generales de vida”.

Tanto los propios pobladores como, sobre todo, las
distintas administraciones responsables de gestionar la habitabilidad de
sus poblaciones, sean locales,
regionales, nacionales y supranacionales, harían bien en volcarse en esta tarea
de manifestar el papel clave de la habitabilidad para la mejora programada de
las condiciones de vida. Hablamos de que ayuntamientos, autonomías de
comunidades y regiones, gobiernos y ministerios de países u organismos
supranacionales como UN-Habitat, la institución de Naciones Unidas encargada de
supervisar a escala mundial la calidad de la habitabilidad en los
diversos asentamientos humanos del planeta, juegan aquí un papel definitivo.

Algunas de estas mejoras en la consideración de la función
sustancial de la habitabilidad para la evaluación de las condiciones de vida
han sido apuntadas y parcialmente recogidas, aunque de forma tímida, en los
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)
[1],
concretamente bajo el Objetivo 11, Lograr que las ciudades y los
asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles
.
Sin embargo, a nuestro entender, estamos aún lejos de haber asignado con
objetividad el valor clave que la habitabilidad tiene de hecho en la
vida y el desarrollo económico, social e individual de la gente.

Como ejemplos de necesidad de mejora manifiesta, en las
cinco deficiencias con que UN-Habitat define la precariedad habitacional (agua,
saneamiento, hacinamiento, estructuras estables y formalización de la
propiedad), las debidas al sitio de asentamiento por inadecuación de las
funciones del suelo elegido o por propia vulnerabilidad, como ahora ha sucedido
en Colombia y Perú, no tienen el lugar explícito y prioritario que les
corresponde, y otro tanto se puede decir de la falta de parcelación clara y de
un orden morfológico, con la consecuente definición desde el origen de lo público
y lo privado, como condición necesaria a todo posible mejoramiento efectivo de
su urbanización en el tiempo.

Da cierto repelús
moral teorizar al respecto en medio de tanto dolor como el que ahora vemos en
esos barrios de Latinoamérica, al tiempo que se siente el peligro de idealizar
el proceso de abstracción teórica frente a quienes sufren directa y empíricamente
los hechos; pero no hay otro camino que el de sobreponerse a los escrúpulos y
tratar de comprender las claves reales de sus formas de crecimiento espontáneo
para no volver a caer en los mismos errores y poder plantear así las
herramientas disciplinares de planeamiento y diseño que permitan superarlos.

Y si bien es cierto que las cientos de familias que se
han visto afectadas por estas inundaciones habían elegido el menos malo de los
lugares para establecerse y que fueron, sobre todo, razones productivas
relativas a su supervivencia las que les llevaron allí, no podemos eludir el
hecho de que no hay todavía una clara conciencia, ni en ellos ni en los responsables
institucionales y técnicos, del papel clave que la prevención de este tipo de
catástrofes tiene en el proceso de asentamiento. Un proceso de edificación
sistemática, planificado, lógico, y cuya fase primordial, y menos costosa desde
el punto de vista económico, es la elección de un lugar adecuado, no vulnerable
a deslizamientos del terreno, inundaciones por riadas, etc… Frente a tantas
otras desgracias que todavía no está en nuestras manos impedir, debemos
considerar que desde un punto de vista a la vez lógico y meramente técnico,
esas muertes bajo el lodo como las que ahora han sufrido toda esta gente son
una tragedia evitable.

Al efecto, uno de los autores tiene, desde hace años en
su enseñanza en la ETSA-UPM, una pequeña y escépticamente humilde teoría de la
HaB para intentar abordar con algo de orden todo estos desastrosos resultados.
La consideramos crucial porque además, en vista a una jerarquización fructífera
del desarrollo estable y duradero, sólo la habitabilidad ofrece ese plan
vital integrado de residencia y producción que es el tipo de vida que, de forma
realista, cada cual desea llevar; la cual, a su vez, establece las auténticas
condiciones de posibilidad para que todas las otras carencias y necesidades
humanas vitales puedan quedar alguna vez adecuada y perdurablemente satisfechas.

Frente
a los asentamientos informales surgidos desde la inmediatez de la necesidad
imperiosa y la precariedad espontánea e imprevisora que terminan trayendo las
penosas consecuencias que ahora vemos, la teoría de la habitabilidad bá
sica se formula, sin
triunfalismos y con la humildad de quien reconoce la compleja dificultad de los
hechos, a trav
és de un proceso canónico,
de mejora progresiva, en cuatro etapas sustantivas:

1. Elección del sitio, que garantizará la
ocupación de los suelos adecuados a la residencia y a la producción, así como
la previsión, hasta el extremo de lo posible, de su invulnerabilidad a los
distintos tipos de catá
strofes crónicas.
Elegir, pues, no espontánea sino, hasta donde sea posible, científicamente el
lugar habitable en que la gente se asienta.

2. Parcelación
estricta, que fijará desde el comienzo
el orden
geom
étrico del asentamiento con la clara y
estricta división entre el suelo privado, constituido por las parcelas de
vivienda y equipamiento cruciales (salud y educación), y el de la red de los espacios
libres públicos, donde establecer progresivamente despu
és las infraestructuras de servicios. Tal orden habrá de resultar condición necesaria para superar toda hipoteca
de futuro desarrollo y, a su vez, garantía morfológica, junto a la adecuada
elección del sitio, de todo progreso posterior.

3. Urbanización
mediante obras de bajo coste para la realización de calles y caminos con
todas sus infraestructuras, primero de bajo coste, funcionando con mínimos aceptables
en determinados nodos de concentración (fuentes públicas, letrinas compartidas,
caminos de tierra con transporte informal…) pero planteadas para su posterior
paulatina mejora hasta ver consolidado su funcionamiento formalizado y
eficiente en redes de servicios.

4. Edificación
de las parcelas, mayoritariamente las privadas para vivienda
semilla, casi en exclusiva unifamiliar por motivos de autoconstrucción; pero
tambi
én los lotes públicos para los pequeños
equipamientos de escuela y puesto de salud; además de las construcciones
necesarias para las parcelas con actividades productivas de servicios,
talleres, sector agropecuario, etc.

A
todas luces, la intervención pública deberá concentrar el protagonismo y sus
esfuerzos en las dos primeras etapas que, en última instancia, son las
determinantes, ya que ambas se encuentran en el origen del proceso y marcan
todo el previsible futuro de la urbanización. Un sitio bien elegido y una
parcelación clara representan gastos muy inferiores a los de las otras dos
etapas, las finales –que son ya de obra–, y sin embargo son las que determinan
con máxima eficacia cualquier acción urbanística de desarrollo posterior. Tanto
la urbanización como la edificación corresponden efectivamente a la realización
de proyectos de obras y tienen que ver, por tanto, con los grandes gastos de
inversión. Lógicamente, la inversión institucional deberá reducir a lo esencial
sus acciones en viviendas, tipo semilla, y relegar en general los subsidios en
edificación relativa al interior de las parcelas familiares privadas para, en
materia constructiva, poder así concentrarse en la urbanización correspondiente
al espacio público y sus infraestructuras. En las cuatro etapas, pero de forma
crucial en las dos primeras, será determinante distinguir los procesos de
mejora sectorial y remodelación del capital ya instalado frente a los relativos
a los procesos integrales de asentamiento ex novo.

A
semejanza del efectivo IDH (Índice de Desarrollo Humano), se debería acabar por
establecer e institucionalizar como instrumento sumamente pragmático y
operativo un índice de habitabilidad, IHaB, ajustado al estado de estas 4
etapas de la teoría de la HaB. La instauració
n de tal índice
habría de impulsar una visión pragmática y crucialmente operativa
de actuaciones jerarquizadas, acercando así la realización universal de la HaB
a corrientes de base cuantificada y científica, como las impulsadas por la
llamada Tercera Cultura, más ligada al empirismo, a la tradición de la ciencia
nueva y a la humildad y el escepticismo epistemológico que a las ciencias sociales
meramente narrativas, de estirpe más ideoló
gica y
autoliberadas del control de la refutación.

A
nuestro entender, tal teoría de la HaB y su consecuente índice de desarrollo de
la habitabilidad, IHaB, ajustados a unos gastos posibles para su
establecimiento -como marco de conocimiento conceptual general y para su
posible aplicación empírica en las distintas geografías y territorios- habrán
de ser dos herramientas claves para dirigir ordenadamente el futuro hacer de
las distintas administraciones públicas, del sector privado y de los propios
pobladores en materia de habitabilidad
humana. Y es que no todo está en nuestra
manos, pero la teoría de la HaB aquí apuntada pretende sustituir la sistemática
de la queja por la de un enfoque fáctico, racional y analítico de la disciplina
competente que permita mejorar lo que sí es susceptible de transformación.

Sobre
los autores:

Felipe
Colavidas:

Doctor Arquitecto, 1990, con la tesis La ciudad pensada,
dirigida por Fernando
Savater.
Profesor titular
de Urbanismo en la ETSAM-UPM desde 1988, donde imparte tambi
én docencia optativa y postgrado desde
1990 en materia de Habitabilidad Bá
sica. Ha publicado el libro Arquitectura y ciudad (1998), además
de algunas decenas de artículos, tanto en revistas profesionales como en prensa
diaria (Claves de razón práctica, El País, El Mundo, La Modificación, El Semanal,
Geometrí
as, NA, Revista Técnica, Alfoz, Boden, Pasajes, Astrágalo…).

Isabel Bravo: Arquitecta por la ETSAM-UPM (1996) y Diploma en Estudios
Avanzados de Edición (DASP) por Oxford Brookes University (2001). Ha
desarrollado su actividad profesional como arquitecta simultáneamente con la crítica
de arquitectura a través de artículos en las principales publicaciones de
arquitectura (Tectónica, Arquitectura Viva, Diseño Interior, Arquitectura
y Diseño, DBZ, Habitat International Coalition).
En la actualidad realiza
el doctorado con una tesis dedicada a las políticas de habitabilidad para
refugiados en la Universidad de Alcalá de Henares, bajo la dirección de Roberto
Goycoolea.


[1]
Los ODS son fruto del acuerdo alcanzado por los Estados
Miembros de Naciones Unidas reunidos en la cumbre de 2015 celebrada en Nueva
York, con objeto de adoptar medidas para “erradicar la pobreza extrema,
combatir la desigualdad y la injusticia y solucionar el cambio climático”. Se
componen de una Declaración, 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y 169 metas
que los Estados se han comprometido a alcanzar en 2030. Sustituyen a los Objetivos de
Desarrollo del Milenio acordados por los 189 países miembros de Naciones Unidas
en el año 2000, ocho propósitos de desarrollo humano que debieron ser en el año
2015.